En la literatura, “El infierno tan temido” es el abismo de soledad y angustia en el que se sumerge Larsen, el personaje central de la novela de Juan Carlos Onetti. En la realidad, son las cuatro palabras que, ordenadas de ese modo, señala el desenlace presumible y trágico de una deriva de larga data. Y en la actualidad de Oriente Medio, ese infierno tan temido es la guerra abierta y total entre dos archienemigos que llevan casi medio siglo odiándose: Israel y la República Islámica de Irán.
Una guerra que atravesó décadas siendo indirecta, pero que empezó a acercarse a las puertas del infierno en abril del 2024, cuando Israel atacó la embajada de Irán en Damasco, y el régimen iraní respondió con una lluvia de misiles sobre el territorio israelí.
Esta es la tercera etapa de un odio iniciado en 1979, cuando la revolución islamista derribó la monarquía autoritaria del sha Reza Pahlevi, y el ayatola Jomeini proclamó la teocracia chiita. Entre las primeras decisiones del régimen recién nacido fue desconocer el derecho de Israel a existir en Palestina.
También los estados árabes vecinos de Israel habían desconocido al Estado judío e intentado eliminarlo en tres guerras: las de 1948, 1967 y 1973. La última de las tres frustraciones árabes dejó el rol de beligerancia directa a la OLP, liderada por Yasser Arafat, pero tras las negociaciones secretas de Oslo que desembocaron en un reconocimiento de la OLP a Israel, al rol protagónico de combatir al Estado judío lo asumió el régimen de los ayatolas.
Fue una guerra indirecta, librada por Irán a través del eje de proxis que el general Qassem Soleimani, comandante de la Guardia de la Revolución Islámica hasta que murió desintegrado por un misil norteamericano en Bagdad, diseñó y puso en funcionamiento con Hezbolá en el Líbano, Hamas en la Franja de Gaza, milicias alauitas en Siria, milicias chiitas en Irak y los hutíes de Yemen.
Recién en abril del 2024, con el ataque israelí a la embajada de Irán en Damasco, y la respuesta iraní bombardeando a Israel, empezaron los choques directos entre ambos titanes del Oriente Medio. Pero fueron ataques que constituían mensajes de advertencia, pero no guerra abierta. Eso es lo que acaba de comenzar el jueves con el devastador ataque israelí: la guerra abierta y total. Falta ver si Irán está en condiciones de sostenerla o se limita a respuestas obligadas pero sin capacidad de daño en los mismos niveles que ha sido dañada por el ataque israelí.
Estaba claro que aparatos de inteligencia israelí había infiltrado en profundidad el territorio libanés y la estructura estatal. La primera señal fue el asesinato de Ismail Haniye, líder político de Hamas radicado en Doha, cuando fue a Teherán a la asunción de Masoud Pezeshkian como presidente de la República Islámica.
En los ataques que iniciaron la escalada Israel usó drones explosivos que fueron lanzados desde el mismo territorio iraní, por lo tanto, como en la “Operación Telaraña” que realizó Ucrania desde dentro del territorio ruso para destruir decenas de aviones militares en puntos lejanos a la frontera occidental, los israelíes habían logrado infiltrar en Irán decenas o centenares de drones que estallaron sobre cuarteles militares, hogares de científicos del programa nuclear y la base donde se desarrolla el proyecto de misiles balísticos, además de centrales nucleares y centros subterráneos de enriquecimiento de uranio.
El hecho de que en un puñado de horas, los ataques israelíes hayan eliminados a seis científicos que dirigen el programa nuclear y a once miembros de la más alta cúpula militar, entre los cuales estaba Hossein Salami, comandante de la poderosa Guardia de la Revolución Islámica, y el general Mohamed Bagheri, jefe del ejército y del comando conjunto de las fuerzas armadas, además de instalaciones nucleares y el establecimiento donde se desarrolla el proyecto iraní de miles balísticos, confirma que el ataque israelí fue la concreción de lo que los ataques anteriores habían advertido.
Lo que comenzó el jueves en Oriente Medio es una guerra abierta y total entre Israel y la República Islámica de Irán. Los intercambios de ataques directos anteriores fueron mensajes de advertencias y respuestas simbólicas. Aunque incluyeron lluvias de misiles lanzados contra Israel, la teocracia persa estaba dando una respuesta más simbólica que con ánimo de devastación, a un ataque israelí que había tenido intención de advertencia y no de doblegar a los iraníes.
Pero el ataque realizado la noche del jueves no llevaba a Irán un mensaje sino el anuncio de que la tan temida guerra abierta y total ha comenzado. Una fase que pone al Oriente Medio bajo la sombra de una guerra nuclear, porque Israel tiene arsenales atómicos y porque Irán tiene la posibilidad de conseguirla en tiempo breve, según la información recabada por el Mossad.
En los próximos días y semanas se verá si los israelíes pueden sostener en el tiempo el nivel de precisión y devastación exhibido hasta ahora, y si Irán está en condiciones de librar la guerra que Israel ha iniciado.
Si no puede, y si no estallan rebeliones populares en un pueblo que ya varias veces ha protagonizados masivas y sostenidas protestas finalmente aplastadas por la represión, el régimen tendrá que capitular. Y el acta de capitulación será la firma del compromiso a renunciar definitivamente a enriquecer uranio.
A partir de ese momento la pregunta será si un Israel victorioso se conformará con eso, o pretenderá que la capitulación incluya la caída de la teocracia chiita.