Originalmente, los Papas eran elegidos por su antecesor, tras cuya muerte accedían al trono de Pedro. Posteriormente, hubo siglos en los que los procesos de elección de un pontífice resultaban asambleas tumultuosas que llevaban meses. Pero en el Siglo XIII, según algunas versiones históricas porque un príncipe en cuyo palacio se realizaba la elección del nuevo jefe de la iglesia, harto de por la prolongada duración de ese proceso, encerró a los cardenales bajo llave y les dijo que mantendría enclaustrados y a pan y agua hasta que eligieron al nuevo Papa, lo cual logró todos se pusieran de acuerdo rápidamente.
La raíz etimológica de la palabra “llave” es “clavis”, de dónde devienen las palabras “enclaustrado” y “cónclave”.
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Por cierto, en los últimos siglos los cardenales no son encerrados bajo llave en la Capilla Sixtina y los cónclaves duran lo que deban durar. La duración del proceso es señal de lo que enmarcará al nuevo pontificado. Cuando la fumata blanca tarda mucho en llegar, es porque las divisiones y las diferencias teológicas y políticas son muy profundas, por tanto es señal de que el marco del papado naciente puede ser turbulento.
Por el contrario, cuando el humo el Habemus Papa llega tras unas pocas fumatas negras, es señal de que resultó fácil consensuar y por ende el papado entrante puede tener un marco armonioso.
En este caso, hay señales encontradas sobre lo que puede ocurrir, porque es muy grande la “grieta” que separa a los partidarios de continuar y profundizar el legado de Francisco y los partidarios de ponerle fin con un giro copernicano de la iglesia.

¿Qué es el legado de Francisco? La confluencia entre la confrontación abierta que inició Benedicto XVI y continuó el Papa argentino contra la pedofilia como gangrena en la estructura eclesial y la corrupción en las finanzas de la iglesia, con la apertura que inició Jorge Bergoglio hacia los grupos tradicionalmente segregados y anatemizados por el clero, como los divorciados y los homosexuales entre otros.
Los detractores de Francisco quieren un Papa que cierre de un portazo las puertas que estaba abriendo Bergoglio, mientras que en la vereda “francisquista” están los cardenales que quieren profundizar las reformas que inició tibiamente Francisco, y otros que optan por la moderación y quieren dejar el legado tal como está, sin profundizarlo demasiado.
Entre los principales exponentes están el cardenal filipino Antonio Tagle, mu querido por Francisco y partidario de ampliar fuertemente la apertura de la iglesia, y el italiano Matteo Zuppi, quien compartía con el Papa argentino la voluntad de hacer una iglesia con los “pies en el barro”, donde los “pastores huelan a oveja”, y al que en Italia llaman “il prete di strada” (el cura de la calle).
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En la vereda “anti-francisquista” sobresalen en el ala recalcitrante el cardenal guineano Robert Sarah y los norteamericanos Raymond Burke y Thimothy Dolan, arzobispos de Wisconsin y de Nueva York, además de otras figuras duramente reaccionarias como el primado húngaro Peter Erdo.
Las figuras de consenso son los moderados Pietro Parolin, el maltés Mario Greech y otro norteamericano: el arzobispo de Chicago Robert Prevost. Fieles a Francisco pero pragmáticos y dialoguistas.
El punto de consenso para un Cónclave breve podrían ser estas figuras que se comprometerían en con mantener el legado de Francisco, sin ampliarlo ni profundizarlo. En las próximas horas o días se verá si las líneas duras de ambas veredas permiten o frustran la llegada rápida a una figura de consenso.