Será el choque entre una “egocracia” y una “autocracia”. El gobierno del ego patológico de Donald Trump y el régimen autoritario chino en el que Xi Jinping ha concentrado poder personalista.
Se trata de un choque que ya comenzó con la guerra de aranceles, pero puede derivar en una confrontación militar de consecuencias apocalípticas. Parafraseando la definición de Von Clausewitz, el mundo avanza hacia “la continuación de una guerra comercial, por otros medios”. Y esos otros medios serían militares.
El paisaje es inquietante. Una superpotencia cuya democracia se debilita a la sombra de un “egócrata” que calcula mal las consecuencias de sus actos y faya reiteradamente con sus vaticinios y certezas, avanza hacia un choque de planetas contra un gigante que acrecentó su economía apostando a la híper-producción, inicialmente, de bienes de baja sofisticación y calidad, y actualmente de bienes encuadrados en la tecnología de punta. En ambos casos, el mundo es el mercado de su híper-producción.
Las economías de ambas superpotencias están profundamente entrelazadas, por lo cual una ruptura abrupta implicaría un sismo económico de tal magnitud que derivaría en una confrontación bélica.
A esa guerra la ganaría el bando que tenga de su lado a Rusia, no por su economía, intrascendente en comparación con las de China y Estados Unidos, sino porque posee el arsenal nuclear más grande del mundo.
Trump corteja a Vladimir Putin porque lo admira, comparte su visión geopolítica del mundo y necesita que lo apoye, o al menos se sitúe en una posición neutral, si esta guerra comercial termina dirimiéndose en términos militares.
En la China actual el sistema político y la modalidad de capitalismo vigente no tienen instrumentos para contener decisiones guiadas por los impulsos del autócrata. En Estados Unidos aún están en pie los límites al poder presidencial que Trump busca desmontar. Además de la oposición demócrata, en el propio Partido Republicano están sonando alarmas sobre la temeridad irresponsable del jefe de la Casa Blanca. Y a eso se suma una sociedad donde crecen las protestas multitudinarias contra el presidente y, sobre todo, la preocupación de las megaempresas que ya perciben que Trump piensa con su patológico ego y no con neuronas eficaces a la hora de evaluar resultados y consecuencias.
Pareciera que haber agigantado la inmensa fortuna que heredó de su padre certifica lucidez empresarial. Pero sus errores de cálculo muestran lo contrario. Antes de clavar el freno suspendiendo el grueso de los aranceles al mundo por noventa días, ya había expuesto su triunfalismo con chocante vulgaridad, usando términos que lucen desagradables hasta en los poemas de Bukowski.
Para colmo, se empeñó en humillar a los gobiernos que buscaron negociar con él en lugar de tomar represalias arancelarias contra Estados Unidos: los describió indignos y suplicantes, procurando besarle el trasero.
La vulgaridad en un presidente es violencia política, además de falta de calidad humana. Y en este caso, agigantó la visibilidad de un error de cálculo: horas después de haber asegurado que no retrocedería con los aranceles a todo el mundo, hizo exactamente lo contrario, porque al dispararse los bonos del Tesoro los grandes inversores vieron la señal del abismo económico en el que caerían si Trump persistía con sus medidas.
La presión llegó al Despacho Oval desde una multiplicidad de espacios de poder y el magnate neoyorquino tuvo que dar la marcha atrás que había prometido no dar.
Su experiencia política está plagada de errores de cálculo. Por ejemplo, afirmó que hablar personalmente con Kim Jong Un disuadiría al líder norcoreano y lo haría entrar en razón. La realidad mostró que su aparatosa cumbre no cambió absolutamente nada y sólo le sirvió para poner en el centro del escenario internacional al líder norcoreano.
A renglón seguido, Trump afirmó con certeza absoluta y en infinidad de oportunidades que ni bien llegara al poder pondría fin en un santiamén a la guerra entre Rusia y Ucrania, algo que aún está muy lejos de ocurrir.
También calculó que China cedería de inmediato ante su bombardeo de aranceles, pero lo que ocurrió es una escalada arancelaria que pone el vínculo siamés entre las economías de los dos gigantes bajo el filo de una guillotina. Separar ambas economías interdependientes de manera abrupta es lo que acerca el mundo a la cornisa de un conflicto que continúe en términos militares una guerra comercial.