Que Donald Trump haya modificado totalmente el decorado del Despacho Oval podría ser algo anecdótico o superfluo. El decorado de una oficina presidencial puede estar en la dimensión de lo puramente estético, salvo que incluya elementos reveladores de pasiones, apetencias o convicciones que no tengan que ver con las formas.
En general, los presidentes norteamericanos hacen cambios mínimos en el salón principal de la Casa Blanca. Además de reemplazar por los de sus familiares los portarretratos que están detrás del escritorio de los mandatarios, en algunos contados casos se limitan a agregar el cuadro de alguna figura histórica con la que se identifican.
Ningún presidente modifica el mobiliario y los adornos que allí se encuentran desde hace décadas o siglos. Trump lo hizo, colmándolo con la estridencia del dorado, como en los salones recargados de la Francia del barroco y el rococó, cuando los bronces se abarrotaban en los mobiliarios y las decoraciones.
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Fue la última expresión estética de la ampulosidad de los Luises absolutistas. Y en el Despacho Oval expresa la ampulosidad que Trump también exhibe en sus mansiones y sus rascacielos. La cantidad de dorado en una sala es inversamente proporcional a la humildad de espíritu de su propietario.
Pero no es ese el detalle más revelador en la nueva decoración de la oficina presidencial. En definitiva, la desmesurada egolatría del magnate neoyorquino siempre estuvo a la vista. Tampoco son reveladoras las fotos de Ronald Reagan y Winston Churchill, dos figuras del conservadurismo anglo-norteamericano de amplísimo reconocimiento.
Lo significativo es que hiciera colgar un cuadro de James Polk, el presidente decimonónico cuyas políticas expansionistas acrecentaron notablemente el territorio de Estados Unidos.
Después de haber sido representante y también gobernador de Tennessee, Polk ocupó la presidencia en la antesala de la Guerra de Secesión, ganando la elección con la promesa de incorporar a la Unión la República Texas.
No fue esa su única anexión, porque las guerras contra México incorporaron al mapa norteamericano California, Utha, Nevada, Arizona y Nuevo México, además de adquirir haber adquirido Oregón comprando ese territorio a los británicos.
Un cuadro de Polk en la oficina del presidente que está planteando incorporaciones territoriales que triplicarían el territorio norteamericano, parece confirmar que, igual que aquel mandatario del siglo 19, Trump se propone liderar una nueva era expansionista.
Ese detalle en la decoración de la Oficina Oval estaría confirmando que no se trata de una modalidad agresiva de plantear negociaciones, sino que habla en serio y de manera explícita al repetir que Groenlandia será de Estados Unidos y que Canadá se convertirá en el Estado 51 de la Unión, además de poner bajo control de Washington el Canal de Panamá y haber rebautizado el Golfo de México como Golfo de América.
También por eso es tan comprensivo con la criminal adicción a la guerra para expandir Rusia que exhibe el jefe del Kremlin.