Como una metáfora de su extravío en la historia, Cuba ha quedado a oscuras. La falta de mantenimiento redujo a ruinas las centrales termoeléctricas. La eterna bancarrota económica no ha podido dotar esas centrales de nuevas tecnologías ni reparar adecuadamente sus cada vez más constantes desperfectos. Por eso los cubanos llevan largos meses en tinieblas. Los cortes del suministro eléctrico son cada vez más frecuentes y prolongados. Una oscuridad que describe la decadencia de un sistema sin capacidad de reinventarse para poder mejorar la vida de los cubanos.
El castrismo es un régimen sin acelerador para avanzar hacia un futuro diferente, petrificado en una burocracia amparada en la ideología. La Cuba castrista sólo sabe envejecer de manera patética, esforzándose por detener el tiempo del mismo modo que detiene y encarcela a todos los que quieren dejar atrás un pasado calamitoso y dictatorial, para avanzar hacia un futuro políticamente democrático y económicamente lógico.
Los recurrentes cortes generales de energía eléctrica no sólo exhiben la decrepitud tecnológica de los servicios básicos, sino también la agonía económica de la isla, a pesar de estar bendecida por la naturaleza, ya que la ubicación geográfica es privilegiada para impulsar la industria turística, mientras que le sobran tierras aptas para la producción de los alimentos que, desde hace seis décadas, los cubanos importan en más del 80%.
Su economía y su sistema energético funcionaron medianamente sólo cuando recibían el petróleo gratis de la Unión Soviética. Se derrumbaron completamente por la desaparición de la URSS y resucitaron tenuemente cuando Hugo Chávez les colocó el pulmotor petrolero venezolano.
Precisamente por financiar desde las arcas y las empresas públicas la construcción del liderazgo de Chávez más allá de Venezuela, la empresa petrolera venezolana, PDVSA , languideció sin adecuado mantenimiento de sus yacimientos y refinerías, complicando y reduciendo el subsidio al régimen cubano.
Raúl Castro es más pragmático que su fallecido hermano Fidel, pero cuando Barak Obama relajó el embargo para que Cuba recibiera inversiones privadas, no pudo vencer las resistencias de los burócratas del Partido Comunista que temieron perder sus privilegios. Esa burocracia trabó la llegada de capitales privados del exterior, dificultando aún más las tímidas iniciativas privadas locales que se multiplicaban en la isla.
En su primer gobierno Trump volvió a endurecer el embargo y Biden lo mantuvo así, dejando bloqueada la posibilidad de que Cuba pudiese marchar por caminos de reforma y apertura económica como las que impulsó Deng Xiaoping en China, y Nguyen Van Linh con el nombre de Döi Moi (Renovación) en Vietnam.
En ambos países asiáticos sigue gobernando el Partido Comunista, pero las economías incorporaron el capitalismo y tuvieron despegues formidables. Tanto China como Vietnam siguen con regímenes autoritarios, pero ya no padecen el “autoritarismo absoluto” que implicaban los totalitarismos de Mao Tse-tung y Ho Chi Ming.
Probablemente, Trump no debió barrer los cambios que había implementado Obama, ni Biden debió mantener el endurecimiento del embargo que heredó. De todos modos, está claro que fue la burocracia castrista que impera en la isla aferrada a sus privilegios, lo que impidió la llegada de inversiones privadas en escalas importantes.
Los reiterados apagones producidos por el colapso del sistema eléctrico y la imposibilidad de financiar un mantenimiento adecuado, muestran la oscuridad ideológica que le impide al régimen revivir la envejecida y anquilosada economía.
Ese estatismo no tiene acelerador para marchar hacia un futuro diferente. Por eso a Cuba la envolvió la oscuridad que simboliza su penumbra ideológica.