Moviendo las manos como si tocara un bandoneón imaginario, lanza frases sueltas que hacen parecer todo fácil. Cuando sus productos choquen contra muros arancelarios, los ingratos europeos aprenderán a no aprovecharse de los norteamericanos. Lo mismo vale para México y Canadá, aunque estén unidos a Estados Unidos por tratados de libre comercio. Toda Latinoamérica y Asia también aprenderán a respetar a Estados Unidos mientras las empresas norteamericanas regresan y la economía derrama riquezas de manera abundante.
Trump también describía como si para él se tratase de un juego de niños el fin de la guerra que impondría velozmente a rusos y ucranianos. Siempre sin desgranar un razonamiento, sin explicar a fondo algo, siempre chapoteando en la superficialidad, Donald Trump describe cómo arreglará la economía mundial con aranceles y llevará la paz a Europa llevando de las orejas a Zelenski y a Putin a la mesa de negociación donde se darán la mano como dos buenos amigos y firmarán una tregua que meses más tarde se convertirá en una paz definitiva.
Así de fácil, así de indoloro, así de rápido. Y en el mundo muchos se ilusionan, aunque otros dudan que el caos provocado por sus aranceles en el mercado global vaya a ser beneficioso para Estados Unidos, donde los precios pueden crecer y las exportaciones caerse, porque si bien algunos gobiernos reaccionaron con un inmóvil y dócil silencio, como el de Javier Milei, y otros con voluntad negociadora como los de Lula y Claudia Scheimbaun, mientras que ex socios y gigantescos adversarios, como Canadá, toda Europa y China reaccionaron desenfundando la espada comercial y aceptando el duelo de aranceles.
Las réplicas que Trump parecía no esperar le hicieron una zancadilla también a su plan para poner fin a la guerra ruso-ucraniana favoreciendo a Putin sin que Ucrania y Europa se recientan demasiado.
En sus pronunciamientos todo parece simple. “Está muriendo mucha gente. Hay que detener esta guerra”, repite el presidente norteamericano frente a los micrófonos que se cruzan en su camino.
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Cambió de paso en plena marcha. Primero se auto-declaró mediador, pero vociferó públicamente que Volodimir Zelenski “es un dictador” mientras describía a Vladimir Putin como alguien serio y confiable.
A renglón seguido, tendió una emboscada al presidente ucraniano en la Casa Blanca para humillarlo en vivo y en directo, describiéndolo como un fracasado que ya perdió esta guerra porque “no tienes nada”, sino un ejército destruido y un país reducido a escombros. “Serás responsable de millones de muertes y de la guerra nuclear”, decía, apuntándolo con dedo acusador y revoloteando los brazos. De ese modo dejaba en claro que Ucrania debe renunciar a recuperar el territorio ocupado por Rusia y también a ingresar en la OTAN.
El “mediador” le entregaba la victoria a Putin antes de haber iniciado su mediación. Pero fue precisamente esa emboscada televisada en el Despacho Oval la que lo hizo chocar con la realidad por la ola de repudios que recorrió el mundo, arrastrando palabras como “traidor” y frases como “títere de Putin”.
Recién entonces, el presidente dimensionó la gravedad del impacto en su imagen. Dentro y fuera de Estados Unidos siempre hubo quienes le cuestionaron ser un admirador del autócrata ruso que está sospechado mundialmente de ser un asesino serial porque todos sus enemigos y críticos terminan muertos de maneras misteriosas. Pero la emboscada en la Casa Blanca pareció ser la gota que colmó el vaso, inundando los discursos de dirigentes y gobernantes occidentales de acusaciones de traición a Ucrania y a Europa.
Trump recalculó y planteó una propuesta de tregua que logró la aprobación inmediata de Zelenski pero no la del jefe del Kremlin.

La emboscada fue para agradar a Putin, pero la propuesta de tregua fue para agradar, o desagradar un poco menos, al arco de personalidades políticas, intelectuales, artísticas y demás formadores de opinión pública que visibilizó como nunca antes su funcionalidad al líder ruso.
La consecuencia fue una respuesta de Putin que está mucho más cerca del rechazo que de la aceptación. En esa respuesta tan a contramano de la que había dado Zelenski, el líder ruso plantea exigencias duras, pero aún dentro de lo razonable. Por caso, que durante la tregua Ucrania no pueda reagrupar sus fuerzas en la primera línea de combate, ni reclutar y entrenar nuevos combatientes, ni recibir suministros de armas y municiones. Le faltó aclarar que las fuerzas rusas tendrán las mismas restricciones, pero lo abiertamente inaceptable viene en posteriores párrafos.
Putin exige que la tregua se haga a partir del reconocimiento de Ucrania a la soberanía rusa sobre Crimea, Sebastopol, Kherson, Zaporiyia, Donestk y Lugansk. Y eso equivale a exigirle la capitulación para que Moscú acepte la tregua y negocie el final de la guerra.
Por cierto, está también la exigencia implícita de que Ucrania renuncie públicamente a la intención de ingresar a la OTAN, lo cual equivale a una rendición incondicional.
Antes y durante la emboscada a Zelenski en la Casa Blanca, Trump ya había hecho buena parte del trabajo que completó Putin con el rechazo, sin portazo, que dio a la propuesta de tregua. El presidente norteamericano había dejado en claro que Kiev debía ceder territorios y renunciar a la alianza atlántica. Ucrania y la UE ya aceptaban implícitamente la pérdida de territorio, pero esperaban no perder la totalidad de lo que hoy está bajo control ruso.

Es cierto que el plan inicial de Putin era la anexión total del país vecino, o en todo caso anexar más de la mitad de Ucrania dejando una porción del oeste como país independiente con gobiernos títeres de Moscú. Pues bien, el 20 por ciento que logró ocupar está lejos de la meta inicial.
Aun así, conseguir la totalidad de lo que logró ocupar dejará la imagen de victoria a Putin. Finalmente, el territorio ruso se habrá expandido, como ocurrió con los grandes zares Iván IV Vasilievich (el Terrible), Pedro el Grande y Catalina II.
Eso es lo que Europa quiere evitar. También Canadá y los aliados asiáticos de Washington, temeroso de que semejante resultado aliente a Xi Jinping a cumplir las promesas expansionistas que hizo a China al asumir el poder. Incluso la mayoría de los norteamericanos piensan que Rusia fue el agresor y que este nuevo crimen de Putin no puede ser premiado con un triunfo que lo haga más poderoso.
Pero eso no es lo que piensa Donald Trump. Habrá que ver si el baño de realidad que le dio la ola de críticas que recibió por la emboscada a Zelenski en Washington, lo convierte definitivamente en un auténtico mediador. De momento, es sólo un cómplice de Vladimir Putin disfrazado de mediador.