En el mismo puñado de días que un foro ultraconservador realizado en Washington y presidido nada menos que por el presidente de Estados Unidos, generó un revuela en la prensa democrática del mundo por los saludos nazis que hicieron Elon Musk, Steve Bannon y varios dirigentes más, en Alemania se vivió la primera elección desde la caída de Hitler en la que los neonazis fueron la segunda fuerza más votada.
Mientras el francés Jordan Bardella y algunos pocos asistentes repudiaron esos gestos hitlerianos, Donald Trump guardó silencio, como si los saludos nazis fue algo sin importancia, o no fue algo alarmante deleznable. No podía ser de otra manera, dado que poco antes había enviado al vicepresidente JD Vance a Europa a manifestar personalmente el apoyo al partido neonazi que marcó al récord histórico de convertir a la ultraderecha en la segunda fuerza política del país.
El principal miembro del gabinete de Trump, el mega-millonario Elon Musk fue, junto a Vladimir Putin, uno de los principales aportantes para financiar la campaña de los neonazis. Javier Milei, Santiago Abascal y otros líderes ultraconservadores que fueron a la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), tampoco cuestionaron la gesticulación fascista que fue cuestionada por intelectuales y líderes liberal-demócratas en el mundo entero.
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Y como una prueba de que no se trata de un fenómeno aislado, en la elección de Alemania ganó la centroderechademocristiana, pero quedó a la sombra de una empoderada Alternativa por Alemania (AfD).
La geografía quizá dio un mensaje que debe ser estudiado, porque la ultraderecha ganó en los landers que integraban la RDA (Alemania comunista), mientras que la centroderecha y demás fuerzas centristas retuvieron todo lo que durante la guerra fría fue la RFA.
AfD venía tomando carrera para dar este salto a la primera línea de la batalla política. En el escenario principal, empezó a asomarse en las urnas de Turingia, donde en 2024, por primera vez desde la caída de Hitler, la ultraderecha ganó una elección local en la democracia alemana. A pesar de estar catalogada de “presunta agrupación terrorista” por la Oficina Federal encargada de proteger la Constitución del 2021, el partido liderado por el exacerbado Björn Höcke, arrasaba en las urnas de su länder y quedaba segundo en la elección de Sajonia.
Ahora, desplazando del segundo puesto al histórico Partido Socialdemócrata (SPD) y proyectando su sombra sobre la vencedora Unión Cristianodemócrata (CDU) y sus socios de Baviera, el partido más extremista de Alemania aparece en el primer plano de la postal que retrata un trance inquietante para la democracia liberal.
No fue el triunfo del centroderechista Frederich Merz lo que festejó Trump, aunque haya felicitado a Friedrich Merz. Si Vance y Musk pidieron a los alemanes que voten por AfD, es porque el jefe de la Casa Blanca quería eso.
Ni a Trump ni a Musk ni a Vance ni a los demás líderes ultraconservadores le agradará que Alice Weidel, la líder de AfD, sea lesbiana, y viva en pareja y tenga dos hijos con una mujer surasiática, además de proclamarse una ferviente feminista. Pero esa nieta de un oficial de las SS, odia a la Unión Europea tanto como a los socialdemócratas y los centroderechistas. Además, ella está más cerca de Vladimir Putin que de Úrsula Von Der Leyen y quiere alejar a Berlín de Bruselas para acercarla a Moscú.
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Fue Alice Elisabeth Weidel quien afirmó que “Hitler y los nazis eran de izquierda”, incursión en el absurdo que repitió como una verdad incuestionable Javier Milei.
La cada vez más débil vereda liberal-demócrata de Occidente centra su atención en Friederich Merz, el centroderechista que encabezará el gobierno sucesor del socialdemócrata Olof Scholz. No le será fácil cumplir con el compromiso que públicamente le hizo asumir Angela Merkel, de no formar gobierno con la ultraderecha. Habrá que ver si alcanzan los escaños en el Bundestag (cámara baja en el Reichstag) que le queden al SPD y a Grünen. Robert Habeck ya mostró su disposición a integrar su partido ecologista con los conservadores de Merz, los socialcristianos bávaros y los socialdemócratas, mientras que la otra fuerza centrista, los liberales del FDP liderados por Chef Lindner, cayeron por debajo del cinco por ciento de los votos y quedaron afuera del Bundestag.
El extremo que pudo festejar es el filo-nazi, porque el partido neo-marxista Die Linke, si bien tuvo un buen desempeño en las urnas, quedó por debajo de los verdes, debido a la fuga de votos izquierdistas hacia la escindida Sahra Wagenknegtch.
Nuevamente toca a la centroderecha salvar el centro, compartiendo el poder con la centroizquierda. Esta vez, además de los socialdemócratas, los conservadores democristianos necesitarán sumar a Grünen por el fuerte derrumbe del FDP. Y habrá que ver si alcanza. De alcanzar los escaños centristas para hacer otro gobierno de Gran Coalición, Friederich Merz tendrá que decidir si cumple con la palabra empeñada con Merkel y convocar a nuevas elecciones, o la traiciona formando el primer gobierno alemán de coalición entre la centroderecha y los neonazis.
Angela Merkel lo hizo desde el primer minuto, formando una coalición acordada con el socialdemócrata Gerhard Schröeder. La primera líder mujer del conservadurismo alemán, que siendo una notable científica de la RDA cuando cayó el Muro se convirtió en favorita de Helmut Köhl, el líder que reunificó Alemania, siempre entendió la necesidad de salvar el centro del que depende la democracia liberal. Por eso gobernó más de una década y media en alianza con los socialdemócratas, para frenar la acechanza anti-democrática de la ultraderecha y de la izquierda neomarxista.
En la década del ’60, los conservadores democristianos liderados por Kurt Kiesinger co-gobernaron con los socialdemócratas de Willy Brandt. El motivo era implementar duras reformas económicas que los dos grandes partidos entendían de imperiosa necesidad.
Las coaliciones de Merkel, igual que la que armará Frederich Merz con menos convencimiento que su antecesora, se parecen a frentes de salvación democrática ante el acecho de ideologías autoritarias.