El viernes 25 de mayo de 1979 el pequeño Etan Patz salió de su casa en Prince Street, Nueva York vestido con un jean, chaqueta y su gorra de piloto hacia la parada del colectivo ubicada a 200 metros de su hogar. Su madre lo observó desde la puerta y las escaleras. Sin saberlo, ella fue una de las últimas personas en verlo con vida.
En el colegio, el maestro notó su ausencia, pero no contactó a los padres, Julien y Stanley Patz. Ambos descubrieron que Etan no regresó de la escuela y denunciaron su desaparición. Entonces su papá, fotógrafo, proporcionó imágenes para la búsqueda, que movilizó a mucha gente, pero no encontraron rastros.
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El caso se hizo visible en los medios. El rostro del niño se convirtió en un símbolo en afiches y diarios. Julie expresó su angustia, deseando que alguien lo cuidara y lo trajera de vuelta.

La casa se llenó de agentes y periodistas. Los hermanos del menor, Ari y Shira, también vivieron ese momento con incertidumbre. La comunidad se dividió entre el apoyo y las críticas por permitir que Etan caminara solo.
Su imagen apareció en cajas de leche en Estados Unidos. Se imprimieron datos clave como su fecha de nacimiento y características físicas. Stanley y Julie participaron en una entrevista televisiva, describiendo a Etan con serenidad y dolor.

Las autoridades se centraron en el entorno cercano. Stanley fue brevemente considerado sospechoso. A pesar de las investigaciones, el caso sigue siendo un misterio sin resolver.
La desaparición conmocionó a Nueva York. Tras ser visto por última vez camino a la parada del autobús escolar, la ausencia del niño movilizó a la policía y a la comunidad en una búsqueda frenética. Stanley Patz, el padre, proporcionó imágenes que se difundieron rápidamente, convirtiendo el rostro de Etan en un símbolo de la angustia familiar.
Sin embargo, la investigación se estancó durante años, y Etan fue declarado legalmente muerto en 2001. El caso parecía destinado a quedar sin resolver, sumiendo a la familia en una profunda tristeza.
Giro inesperado
Un giro inesperado ocurrió en 2010, cuando una llamada anónima reabrió la investigación. La declaración de un hombre señalando a Pedro Hernández como el responsable del secuestro y asesinato del niño revivió la esperanza de encontrar respuestas. A pesar de las décadas transcurridas, la búsqueda de la verdad continuó, impulsada por el deseo de justicia y el anhelo de cerrar un capítulo doloroso en la historia de la familia Patz.

Hernández, quien trabajaba en una tienda cercana en 1979, confesó haber atraído al por entonces niño con la promesa de una gaseosa, llevándolo al sótano y asesinándolo. Luego, arrojó el cuerpo a la basura. Los restos de Etan nunca fueron encontrados.
A pesar de su confesión, la credibilidad de Hernández fue cuestionada debido a su historial psiquiátrico. En 2017, tras un segundo juicio, fue declarado culpable de asesinato y secuestro, y condenado a cadena perpetua. Este fallo cerró uno de los casos de desaparición infantil más emblemáticos en Estados Unidos.